«La purificación de Andrin»

Les escucho acercarse. Los gritos de mi gente sufriendo me revuelve el estómago. Llegó el día en el que debo proteger la llama sagrada de Afíone de las sucias manos bárbaras.

A través de la rendija de las puertas del templo compruebo que mis temores se han hecho realidad. En la plaza central de la ciudad han formado una montaña de cadáveres con mis queridos vecinos. Hace años que no hablo ni sé nada de ellos. Al ser la guardiana de la llama sagrada no tengo permitido salir del templo. Mi mente está con mi madre, mis hermanos… ¿habrán sufrido?. No, no debo pensar en eso, debo enfocarme en mi tarea.

Un grupo de 5 bárbaros se aproxima, debo prepararme.

El jefe del grupo tumba la puerta con un hacha y me muestra una mueca supuestamente intimidatoria. Sus seguidores me gritan algo mientras se acercan amenazantes. Doy gracias a Afíone por no poder entender sus afiladas lenguas, dudo que dijesen algo digno de oír.
Me coloco en posición de batalla, cierro los ojos y dejo que el calor de la llama a mis espaldas me guíe. Mi cuerpo empieza a moverse instintivamente, en mis extremidades siento el impacto de los huesos rotos de los impuros. Al abrir los ojos veo sus cuerpos agonizantes en el suelo.

De pronto dos flechas impactan en mi vientre y me tiran al suelo, por la puerta aparecen 20 bárbaros más. No puedo con tantos, van a matarme, pero no se llevaran la llama sagrada. Tumbo el altar con la llama de un manotazo y prendo fuego al templo gracias a los conductos de aceite. Sus gritos de dolor al quemarse me ofenden. Malditos indignos, no merecéis purificaros con la llama sagrada.

Es preciosa. Me rodea y abraza mientras me pone a dormir.