Hoy se cumplen diez años en su puesto y las noticias que llegan del exterior son desalentadoras. Los invasores se acercan. Las tropas del templo van cayendo y dejan extensos terrenos y pueblos enteros en manos de los bárbaros.
Su familia no comprendió que se presentase voluntaria para proteger la llama sagrada, al morir la antigua guardiana, y se separase de ellos. Cerca de su retiro no deseaba verse relegada a la casa cuna para dedicarse a cambiar pañales y dar biberones a los hijos de los oficiales. En el habitáculo destinado a custodiar la llama disfrutaba de todo tipo de comodidades y contaba con grandes privilegios prohibidos para el resto de la población.
Apuró la taza de jengibre y se saltó la estricta dieta comiéndose dos porciones de pastel de arándanos. Miró por el amplio ventanal y las enormes columnas de humo indicaban que el final estaba próximo. Los caballos corrían desbocados por los caminos. La sangre derramada de los jinetes caídos en la contienda teñía de rojo las monturas.
Acercó sus dedos a la llama sagrada y le rogó que iluminase su mente con una solución antes de que fuese tarde. Regresó al trono desde el que recibiría a la muerte y vio en un rincón el cohete que había olvidado su nieto en la última visita. Debía recordar las explicaciones del niño y programar el destino del aparato. Buscó las coordenadas del planeta elegido, colocó la llama sagrada en el interior y cuando los usurpadores derribaron la puerta apretó el botón y el cohete desapareció entre las nubes. La Tierra era el planeta más primitivo de los alrededores, no conocían el fuego ni su poder, aunque sabía que lo protegerían con sus vidas, como estaba a punto de hacer ella.