«La venta del abuelo»
Mi abuelo tenía la taberna en su casa. Vendía casi de todo; golosinas, verduras y frutas de su propio huerto... Y la abuela ponía comidas y tapas. Lo mejor de todo es que yo tenía a mi disposición todo lo que deseaba: chicles, golosinas, helados, paquetes de papas... Esto último era lo mejor por los tazos que contenían, junto a los Bollycaos (por los cromos, claramente) pero, aun así, mi madre me controlaba y no siempre tenía barra libre.
El negocio empezó a ir mal cuando ya no paraba casi nadie en la taberna, porque claro, el edificio de enfrente no solo tenía un supermercado donde las mujeres podían hacer todas sus compras de una sola vez a un buen precio, además tenían cafetería donde los hombres podían ir a comer y tomarse un vino o lo que sea. Además, que a los obreros les pillaba más cerca y a cualquiera que llegara en coche porque la salida de la autovía daba justo a aquel lugar.
Ya solo venían algunos clientes fijos, vecinos en su mayoría y amigos del abuelo que venían religiosamente a beberse sus vinos y jugar al dominó.
Yo aconsejé a mi abuelo, le dije que debía poner los precios más baratos. Entonces mi abuelo puso las verduras y las frutas mucho más baratas, y aunque la taberna no se llenaba como antes, los del Pryca no pudieron competir con la oferta de mi abuelo. Y todas las mujeres de la aldea volvieron a venir a la venta de mi abuelo como antes, aunque solo fuera para comprar exclusivamente sus verduras y frutas.
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Saludos.
En mi opinión las grandes superficies nos han vuelto como robots, abducidos por ofertas engañosas con los márgenes más que convenidos.
Las tiendas de barrio ya solo son desgraciadamente una quimera.
Saludos Insurgentes