Soy de Burgos desde hace 58 años y nunca había estado en el museo. Después de que estuviera cerrado unos meses por culpa de la pandemia, por fín, pude visitarlo y recrearme con la historia que ocultan sus paredes.
Sin exagerar, pude estar más de media hora observando una espada que ocupaba una de las vitrinas de cristal en el centro de la sala medieval. “Tizona” una de las espadas del Cid Campeador, con las inscripciones: «IO SOI TISONA FUE FECHA EN LA ERA DE MILE QUARENTA» y «AVE MARIA GRATIA PLENA DOMINUS TECUM». Me quedé encandilado, imaginando las batallas que lidió en el pasado junto a su dueño.
Justo en el momento en el que mis dedos rozaron el frío cristal de la imponente exposición, fui transportado de una manera inimaginable a una habitación, en la cual, gran parte del espacio estaba sumida en la penumbra. Tan solo una luz tenue, bañaba una simple cama vestida con sábanas de lino, donde yacía un cuerpo en sus últimos momentos de vida. Supe que estaba en el pasado, en el s. XI, por su mediocre mobiliario y decoración, porque otra cosa no, pero como gran historiador que me considero, sé perfectamente las características de cada siglo si de ornamentación se trata.
Solo me bastó unos segundos para comprender que la persona moribunda que mis ojos contemplaban era Rodrigo Díaz de Vivar, y que junto a él estaba su amada, Jimena.
Volví a mi realidad defraudado. Una parte de mí siempre pensó que su último aliento fue luchando por Valencia, muriendo por culpa de una flecha perdida que se le clavó en el pecho. Pero no fue así, eso solo eran leyendas que cantaban los juglares para hacer heroico su paso por la vida y recordar su valentía y coraje, muy lejos de la cruda realidad.