Frenéticamente rebuscaba entre sus recuerdos, en su memoria, perdiéndose entre las sombras y dejándose llevar por las corrientes de sus pensamientos. Había visitado todos los rincones de su mente y de su alma.
No estaba.
La palabra perdido fue rápidamente sustituida por robado.
Había pensado que el único lugar seguro para guardar los textos prohibidos eran su propio ser, podría haber mantenido para siempre las palabras contenidas en su corazón y alma, y podría haber recurrido a ellos con su memoria con un simple pensamiento. Podría sentir la calidez de su cariño, aunque nunca pudiese rozar la aspereza de sus páginas.
Siempre pensó que eso sería suficiente. Seguro. Hasta ahora.
¿Quién podría atreverse a meterse en su cabeza y robar sus libros?
Y no cualquier libro, se recordó a sí mismo amargamente, sino aquel que tanto le costaba contener entre sus huesos. El más inquieto. El más peligroso. El libro de los muertos. Conocer cada una de sus palabras le había costado un siglo de locura hasta que aprendió a domarlas, y ahora… ni si quiera eran de él. Se lo habían arrebatado.
Conocía a muy pocos con el poder de irrumpir en mentes, mucho menos alguno con el poder suficiente para irrumpir en su mente. Era especialmente ruidosa y complicada. Pero ninguno de ellos podría tener el poder para domar al inquieto libro de los muertos.
Un ladrón fantasma había robado de su mente las palabras de los muertos, había liberado el conocimiento que tan diligentemente se había encargado de mantener encerrado.
Suspiró. Sabía qué tenía que hacer ahora. Renunciar a dos siglos de cordura para volver a encontrar las palabras prohibidas esas que jamás fueron concebidas para vagar libremente. Luchar contra un fantasma y la propia muerte para recuperar lo que era suyo.
Me ha encantado, enhorabuena.
Saludos Insurgentes