Mariano se encoge sobre sí mismo y cierra los ojos, convencido de que será para siempre. No hay forma de que su frágil cuerpo resista la embestida del monstruo que se acerca desde su lado del coche. Aun así, ruega por un milagro.
«Hmmm, hmmm»
Algo áspero palpa su brazo derecho con cautela. Asustado, abre los ojos abruptamente, pero no se topa con nada más que oscuridad.
«Hmmm, hmmm»
¿Quién es?, ¿dónde estoy?, quiere preguntar, pero de su garganta solo salen gruñidos.
Tiene los labios carcomidos y la lengua adormecida, pero sabe que el origen de su trastorno del habla es otro. Sabe que está en su mente pantanosa, que parece ya no recordar cómo articular frases, ni muchos otros de los saberes del hombre contemporáneo, del homo sapiens sapiens. Sí, se le ha concedido una segunda oportunidad, pero ¿a qué costo?
Hay un silbido que le llena los oídos. Es tan fuerte que casi no puede escuchar los residuos de sus ideas de hombre moderno.
«Hmmm, hmmm»
Un desfallecido sol arroja luz sobre su cuerpo debilitado y su medio; está amaneciendo. Mariano comprende por fin que está en una cueva, que el silbido que lo acompaña es la nieve que cae violentamente sobre la Tierra congelada, y que lo que ha palpado su brazo es la planta de un pie.
—Hmmm, hmmm. —Se anuncia la criatura, que acuna con sus bracitos fornidos piedras y yesca.
Aunque con facciones más primitivas que cualesquiera que hubiera visto, Mariano, que ya no recuerda ni su nombre, sabe que es un infante.
Puede que haya olvidado cómo sumar o escribir, pero hacer fuego, jamás.
Desde su lecho, levanta los puños quemados por el frío y los frota entre sí, simulando piedras. Una chispa es todo lo que necesitan para sobrevivir.