«Mi mamí en llamas.»

La ultima oración que ella les regalo al fervor publico lo tuvo que regalársela a la pobre bebé. Que en su fantasioso afán de convertirla en su mensajera de la muerte, la volvería en una señorita presentable con nada mas que una pequeña capucha negra; sin negar que fue un tierno gesto lo del maquillaje de la calavera y su magnifico estreno, atravesando la cortina de fuego en su cochesito.

Hoy era día de los muertos, y las minucias pesimistas no era cosa de la joven madre. "celebremos nuestro día con nuestros dulces difuntos" esa pancarta hizo historia al ser colgada en la azotea del edificio, a pesar de las reclamaciones que ella hizo al fuego mismo por amenazarla con destruir a su galardonada atracción.

Ella aulló, para la atención de su hija y de aquellos que ella quería presumir, esperando que ellos no se enojen por la presuntuosa presentación de sus habilidades de danza, con los pies zapateando a aquello que se solía llamar un hogar para cientos de grises vecinos.

Mientras ella y la edificación se volvían uno entre llamas y cenizas; de carbonizados cimientos, la pequeña la veía con un babeante júbilo; siendo así la mejor espectadora de la mas grande hazaña de su madre.

La joven se camuflaba cada vez mas su sombra entre el humo que provocaba su gran acto; y a pesar de todo el aire de orgullo que desprendía sus movimiento no impidió escuchar el chillido de su hija.

—¡Salta Mamí! —Y ahí estaba la ultima memoria antes de su carbonizado ser en el ultimo acto.

Cayendo y subyugándose ante el peso de su propia existencia después de que sus pies abandonaran la cornisa.

Un horrible y chorreante estruendo.

Un clamor escandaloso.

Un telón de fuego cierra el acto.

Y un risueño estallido de risillas y aplausos es entre todo lo mas ominoso.