«Mitología barata»

Una sirena anuncia la llegada de la medianoche.

En el rincón de su celda, cubierta de húmeda penumbra, Awara está encogida sobre el suelo desapacible. La muñeca le escuece desde que, a mediodía, le marcaron con un láser las letras HG, hipoglucémica.

Lleva una semana allí, y no sabe que permanecerá por tiempo indefinido, mientras sea una amenaza pública.

Se pasa la yema de los dedos sobre la porción lacerada de su piel infantil sin poder contener las lágrimas. El dolor físico le lleva a envolverse de nostalgia y busca cobijo en la voz imaginada de su padre: “Eres diferente, noble y valiente. En eso nos parecemos”. Recuerda la suavidad de su tono, como píldoras de susurro que apaciguan el malestar.

Se siente incómoda en el suelo, pero rehúye, una noche más, tumbarse en la Unidad de Restauración Fenotípica, URF. Sabe que si lo hace, ganan Ellos, gana La Corporación.

Observa el cableado de lo que finge ser una cama, e intuye toda la información que recorre ese conducto de cobre. Desvía la atención hacia los tres depósitos, colocados a los pies de la máquina. Sabe que sus contenidos líquidos mantienen a la población engañada; su padre ya le advirtió de ello, antes de su ejecución.

Una URF como esa hay en todos los dormitorios del país y, con ella, la muchedumbre ignorante es homogénea. “Nos quieren a todos diabéticos”, decía su padre, “para poder utilizar el azúcar como la mejor fuente de energía”.

De repente, un bostezo le conmina a dormir y la no-cama parece llamarle. Aun así desatiende la invitación y de la inmensa maraña de pelo se saca una bolsita llena de chuches, elaboradas a partir de la receta de su tatarabuela. Mientras come, rememora historias sobre celebraciones de cumpleaños con montones de golosinas multicolores.
—Mitología barata —murmura antes de rendirse al quehacer de Morfeo.