Aturdido, comenzaba a despertar. Solo le dio tiempo a ver como una sombra salía de la habitación y a escuchar como la puerta del rellano se cerraba.
Le dolía mucho la cabeza y en sus primeros atisbos de lucidez ya intuía que hoy no sería una mañana tan placentera como aquellas en las que amanecía junto a una de esas mujeres de las que prometía volver a llamar.
Ojalá el problema hubiese sido tener que recurrir al Paracetamol. La cuestión era que tenía muñecas y tobillos atados a cada extremo del cabecero y pie de su cama. Los nudos eran tan fuertes que sus extremidades estaban empezando a necrosarse. Para colmo, quiso pedir ayuda, pero una cinta americana daba varias vueltas entre su boca y su nuca e impedía que pudiera hablar. Quien lo había dejado a su merced era alguien que le debía guardar mucho rencor porque hasta los pómulos le dolían.
Sabía que había sido un hijo de puta. Ya eran muchos años de estafas, deudas, chantajes y maltratos misóginos. A estas alturas tenía tantos enemigos que su abanico de sospechosos no cabía en un folio.
¡¡¡Fuego, fuego!!! - Podía escuchar desde la calle. Por la rendija de la puerta empezaba a entrar mucho humo negro y poco a poco el ambiente en la vivienda se hacía irrespirable. Para colmo, la mordaza solo le permitía respirar por la nariz.
El malnacido que había causado eso provocó un incendio en el edificio del que la víctima fue el promotor. Además, se había esperado a que despertara para que sufriera el abrazo del fuego de manera consciente.
Ya sabía que iba a morir. Ni siquiera la sirena del camión de bomberos le daba esperanza. Viajaría al infierno en calzoncillos y sin saber quién le mató.