No hagas lo que yo.
Te veo detrás del cristal de la vitrina. Sólo soy una atracción más de este museo. Mi miras, entre la curiosidad y la indolencia.
Hay un vínculo entre nosotros, lo sé. Somos familia.
Cuando me mataron era más joven que tú. Tenía una esposa, tenía hijos, tenía una vida. Y tuvimos guerra. Odio. Sangre. Dolor.
Hace dos mil años.
Mi muerte fue atroz. Me atravesaron el abdomen con una espada sucia. Sangré como un cerdo pero agonicé lentamente. El dolor me paralizaba. No podía pensar en otra cosa. Otro soldado cayó sobre mí, degollado. Su sangre manó desde sus heridas hasta mi boca, eso fue lo que saboreé mientras moría, inmóvil, tratando de respirar. No sé el tiempo que pasó. Horas o días. Inundado por el dolor. Luego la nada.
He vagado por la muerte y he encontrado los fantasmas de mis enemigos. He hablado con ellos. Hombres con una esposa, con hijos, con una vida. Que tuvieron una guerra. Todo se tornaba absurdo e inútil, una estupidez sin sentido.
¿Por qué peleamos?
No hagas lo que yo, querido nieto. La muerte en la guerra no tiene nada de noble. Es asquerosa, huele mal, pegajosa y triste, muy triste. No somos héroes, somos imbéciles.
Sigue escuchando tu música con esos auriculares. Sí, detrás de esta vitrina se aprende. Muerto también se aprende. Sé como es tu vida, tu juventud. Dedícate a ella. Vive. No tienes enemigos, es todo una mentira. No termines como yo, con un rótulo, en una vitrina. Mi cadáver disfruta más de la Tierra que el hombre que fui en vida.
No. No éramos héroes. Sólo éramos niños.