«“No se enteró”»

Esa mañana, él aún no había conocido la sensación del paso del metal ardiente al penetrar su cuello. ¿O era su cabeza?
Entonces no podía entenderlo, tan atiborrada estaba su mente de los recuerdos de la Cima de la Montaña, esa que, apenas pronunciaba, alborotaba las manos en aplausos.
Mientras su cráneo azotaba contra el piso del motel, no escuchó gritar a sus amigos, cuando estalló el disparo. Porque al oírse el crack, él sintió el calor húmedo rodeándole la testa como un aura. Tal vez sonrió al imaginarse como un santo negro.
No. Luther no alcanzó a sentir el calor rojo mojándole la oreja. Ni supo que su fotografía, con él al fondo de un ataúd forrado en blanco, aparecería en la pantalla de la televisión donde yo, con mi cara rubicunda, lo miraría con mi mirada de diez años y buscaría los ojos negros de Little Dusty, ocultándose, como siempre, de los ojos de mis padres.
Porque, cuando lo declararon muerto, él no alcanzaría a imaginar que yo, al cumplir quince años, sería abofeteado por mi padre, por insistir en llamar Mathew a Little Dusty, y por gritarle que él era mi amigo.
A pesar de predicar a todos su gran sueño, Luther King murió sin conocernos, ni a mí ni a Mathew. Ni supo que, él y yo, caminaríamos juntos con pancartas, ni que, por levantar el puño por los suyos, los míos me echarían de casa. Porque, como él soñó, Mathew y yo solo soñábamos que nuestros hijos crecerían juntos.Martin Luther King, mientras moría, no se enteró que James Early Ray, al asesinarlo, atizaría el valor de sus hermanos negros que, inspirados por su ejemplo, se levantarían en las revueltas que al fin les abrirían el lugar que, por derecho, les pertenecía en el mundo.