El pequeño pueblo de El casar estaba engalanado para celebrar Halloween.
Una antigua leyenda decía que 100 años atrás, una de sus urbanizaciones se llamaba Monte Cabrío y había sido un lugar siniestro en donde se celebraban conclaves de brujas.
Entre susurros amparados por la luz de las elaboradas calabazas los ancianos lugareños asustaban a la chiquillería.
-¡En la noche de difuntos las brujas de Monte calderón pueden robar el alma de los mortales con sus poderosos hechizos! y la gente desaparece sin poder gritar su nombre-.
Escuchamos la historia incrédulos camino a la urbanización de su compañero. La decoración de las calles era divertida y la pagana fiesta, muy acorde con nuestros tiempos. Los caramelos y los selfis habían sustituido al temor de encontrarse con algún difunto caminando hacia ti en esa singular noche.
Tras dejarle disfrazado de cura zombi con su divertida pandilla de monstruos que correteaban gritando su nombre de casa en casa, jugando a “Susto o trato”, vi una gigantesca hoguera que ardía en lo alto del cerro. Con cierto temor deseché la leyenda. Al aproximarme advertí un grupo de mujeres que bailaban enloquecidas alrededor del fuego. Imaginé que eran las mamás divirtiéndose mientras esperaban.
Al instante, bajo el influjo de una de ellas, aparecí bailando a su son, lanzando hechizos en un extraño idioma.
La bruja había tomado mi aspecto y salía del círculo mientras me condenaba a ocupar su lugar.
Bajó el cerro. Con impotencia la vi recoger a mi hijo que le entregaba ilusionado la bolsa repleta de chuches dirigiéndose al coche.
Solo devolviéndola a la hoguera podía deshacer el maleficio.
Volando les alcancé. Nuestra mascota “Budy” me reconoció. Héctor estaba atemorizado por mi aspecto. Observo mis ojos fijamente y tras un instante de duda, miró a la hechicera y…
Gritó mi nombre.
Enhorabuena
Saludos Insurgentes