Nunca había prestado mucha atención a la noche de Halloween. Me parecía una festividad sin demasiada gracia, aunque el día de vacaciones siempre se agradecía. En definitiva, no era mi intención unirme al despliegue de disfraces fantasmagóricos, o del personaje de moda, que no daban menos miedo.
Este año era una noche tranquila, y solo una ligera brisa agitaba los discos colgados de cuerdas que la vecina de enfrente había colocado en la ventana para asustar a las palomas. De vez en cuando pasaba un coche por la carretera.
De pronto, un tintineo como de llaves, seguido de varios golpetazos sobre lo que parecía un portón, llamó mi atención. Antes de que me diera tiempo a asomarme a la ventana, otra vez el tintineo y los golpes. Cuando conseguí apartar la cortina y sacar la cabeza, solo acerté a ver un borrón amarillo fluorescente que giraba la esquina.
Con el corazón agitado, corrí a la ventana de la cocina con el objetivo de desenmascarar a la misteriosa criatura de la noche. Quizá empujada por la atmósfera de Halloween que reinaba en el ambiente, o quizá solo para tranquilizarme, pensé que los espíritus asociados a estas festividades solían ser pacíficos.
No sé si fue decepción o calma lo que sentí al descubrir la identidad del fugaz personaje. Se trataba del sereno del barrio, que con poca sutileza comprobaba el estado las cerraduras de todos los negocios de la zona. La verdad que siempre me ha parecido una profesión rodeada de misterio, casi acorde con la noche de Halloween.
Cuando me disponía a volver a la cama, orgullosa de haber estado a punto de enfrentarme a un peligroso espíritu, una neblina inundó la calle, y la mancha fluorescente que era el chaleco del sereno se fundió con la luz de las farolas, que habían comenzado a encenderse.
Enhorabuena. Relato votado.