Ojalá fuéramos las brujas que decían para tener el poder de reducirlos a cenizas.
Apenas recuerdo haber conseguido llegar al pequeño escondrijo entre los tablones sueltos del suelo, desde los últimos minutos lo único que conseguía hacer es escuchar el crujido de ese mismo suelo mientras los hombres le reclamaban a mi madre.
- ¡¿Dónde está la bruja?! – gritaban.
Si no la hubieran golpeado, puede que pudiese contestar entre lágrimas. Puede que pudiese mentir. Puede que dijese la verdad… Una parte de mí hervía con ira escondida y temblando. Sabía porque habían venido a por mí, a por mi madre, y no tenía nada que ver con que fuese una bruja.
Ojalá lo fuera. Si lo fuera transformaría todo lo que tenía dentro en un monstruo grande y hambriento. Podría ordenarle qué comer.
Ojalá fuéramos las brujas que decían… Pero solo era una niña, asustada y encerrada, rezando a todos los dioses, incluso aquellos que me habían vuelto la espalda, porque mi madre no fuese no condenada. Porque la dejaran en paz, y sobreviviese a la paliza que la habían dado.
Ojalá fuéramos brujas… ojalá tener el poder para destruir a todos los que nos dañaban. Pero no lo tenía. Solo era una niña.
Una niña que tenía que estar en completo silencio.
- ¿Dónde está? – inquirieron de nuevo.
Mi madre ya no podía responder. Los hombres empezaron a removerse inquietos por la casa.
- Os quemaremos a todas. – dijeron con violencia.
Recuerdo estremecerme y que en mi cabeza resonara una canción de guerra que ni si quiera yo sabía que tenía en mi interior: yo les quemaría a todos, liberaría a las demás, yo me encargaría de que las brujas fueran temidas.
Puede que yo misma no lo fuera, pero no necesitaba serlo para empezar a cazarles.
Saludos
Bien narrado .
Lo mejor el final...comienza la caza de las brujas...
Saludos Insurgentes.