«Os escucho a todas.»

No mentiré y diré que me sorprende, era cuestión de tiempo que esto volviese a pasar. Y pensar que no hemos aprendido nada después de tantos años, tantos errores, tanto pesar.

Al principio solo vi las luces, luego escuché los gritos y ahora siento el dolor; no me hieren sus golpes sino sus miradas y sus palabras. Ayer éramos vecinos, nos pedíamos sal y huevos, nos dábamos los buenos días, teníamos conversaciones de ascensor, pero hoy todo ha cambiado. No encuentro en sus ojos el menor resquicio de empatía ni humanidad, solo ven en mi un ser insidioso que debe ser eliminado, erradicado y destruido por completo.

Me arrastran escaleras abajo, me doy un fuerte golpe en la cabeza con la barandilla de la escalera y empiezo a sangrar; nadie se para, nadie se da cuenta, a nadie le importa. Ellos llevan mi cuerpo, pero yo ya no estoy ahí dentro, me veo desde arriba, disocio, no puedo soportarlo, me supera el sentimiento de desolación y tristeza. Erguida sobre un poste de luz escucho como la gente grita "¡Quemadla, es una bruja! ¡Tenemos que matarla, ya habéis visto lo que es capaz de hacer!" Ojalá lo fuese, ojalá pudiese escapar volando en mi escoba mientras río maliciosamente, pero no puedo.

Me han rociado de gasolina, no se han dejado ni un centímetro de piel sin cubrir. Ese nauseabundo olor. Ya escucho el crepitar del fuego, se acerca y me acuerdo de aquel verano que jamás podré volver a vivir, me abraso, escuece y duele, duele mucho.

Ahora, con la vista clavada en el cielo y admirando las estrellas, os escucho a todas. Estáis ahí, gritando, llorando por las injusticias que quedaron en silencio cuando os arrojaron al fuego ardiente del olvido.

Pero yo no os olvido.