Por fin había llegado el día. En nueve horas, treinta y siete minutos me caso. Está todo cronometrado al milímetro, nada puede fallar esta vez.
Era el cuarto intento de boda. La primera anulación fue un día después de que el Presidente del Gobierno declarara el estado de alarma por un virus que parecía venir de china y que como los rollitos de primavera, vino para quedarse.
La segunda anulación coincidió con la cuarta ola de esa cruel pandemia y la preocupación por la abuela Benita, que estaba en la UVI luchando por su vida. Afortunadamente sobrevivió, siempre ha sido un mal bicho y no hay virus que pueda con ella.
La tercera anulación se debió a un accidente tonto. Lucas, el amor de mi vida, salía del baño cuando yo fregaba el suelo. Fractura de cúbito y radio de ambos brazos. ¡Ni limpiarse los mocos podía el pobre!
Pero esta vez, nada puede pasar. La pandemia está controlada, todos estamos bien de salud, incluida la abuela Benita, aunque se haya negado a asistir. Según ella porque no se ha recuperado, en realidad es porque no le vale el vestido y no quiere gastarse un céntimo en comprarse otro.
Nunca he sido supersticiosa practicante, aunque he evitado ciertas situaciones como pasar por debajo de una escalera, pero el gato negro que acaba de cruzar me ha erizado el vello.
<<Tonterías>>El vestido, que lleva dos años en el armario, me sienta como un guante. Me siento segura, feliz. Camino decidida hacia el altar donde me espera mi adorado Lucas. Su madre, le limpia solícita una cagada de paloma en la solapa del precioso esmoquin. No me paro a pensar, me doy media vuelta y salgo corriendo.
<<Tampoco estamos tan mal así>>
Está muy bien. Saludos.
A la cuarta no fue la vencida...je, je, je.
Hemos coincidido en la trama, mi relato también es un bodorrio que sale mal.
Saludos Insurgentes
Muchas gracias, igualmente.