La noche que aparecieron, se valieron de la ausencia de mi esposo para sacarme a rastras de mi casa, mientras me insultaban e inculpaban de bruja delante de mis hijos.
Desde que el reverendo Patrick pisó nuestras tierras, todos los vecinos se envenenaban unos a otros de calumnias y humillaciones. Y ese día, fui yo la difamada, todo por no sentir la fe a la que ellos estaban sometidos diariamente, la fe en Dios, las oraciones frente al reverendo demostrándole mi lealtad, y las ofrendas exigidas con su sonrisa fingida.
Sabía que pronto podría suceder, por lo que advertí a John, mi hijo el mayor, para que estuviera preparado y se encargara de cuidar a los pequeños, Willy y Sarah.
Según íbamos avanzando por el poblado, esos hombres tiraban fuerte de mis brazos, y sus mujeres me lanzaban desde sus ventanas todo lo que tenían a mano; piedras, tomates, huevos, incluso pude ver volar hacia mí un rábano enorme, que con suerte, cayó sobre la cabeza del hombre que inmovilizaba mi brazo derecho. De lejos pude ver una hoguera en el centro de la plaza, si llegaba hasta allí estaría perdida. Un escalofrío recorrió mi cuerpo y me recordó que debía reaccionar cuanto antes, y huir para salvar mi vida y reencontrarme con mis pequeños. Entonces comencé mi plan; fingí convulsiones para asustar a mis raptores y lograr que me soltaran, después mantuve la respiración para no intoxicarme, y les lancé el brebaje que había preparado unas horas antes con setas alucinógenas.
Cuando llegué al bosque, donde me esperaban mis hijos, pude ver cómo aquellos miserables deliraban ante los ojos atemorizados de los vecinos. Unos simples hongos alimentaron sus creencias. Fue nuestra última noche en Salem.
Al cabo de los años, supe que muchas mujeres fueron torturadas y asesinadas injustamente.
Magnífica historia Mila!
Saludos Insurgentes