Santa parpadeó con dificultad y empezó a mover lentamente la cabeza, intentando recuperar el equilibrio .La consciencia y la memoria volvían de a poco. Al estirar el cuello sintió un dolor punzante en la nuca, que le hizo revivir el golpe. En un acto de autodefensa por esquivar el ataque que se repetía en su mente, notó que sus brazos estaban atados detrás de su espalda. En aquella absoluta oscuridad, volvió a dormirse.
El siguiente despertar le recordó a una de esas resacas que había vivido de joven, antes de ser el Santa que todos conocen, y que, por lo tanto, solía negar rotundamente, cómo un hecho ficticio ocurrido a otra persona. Tanto le recordó a una resaca, que quiso vomitar. Se agradeció a sí mismo no haberlo hecho con la mordaza apretando su boca.
Con respiraciones de yoga se recompuso y comenzó a analizar la situación. Una luz diurna se colaba por alguna abertura pequeña a su espalda, dejando ver una habitación vacía. Estaba atado de manos y de pies, amordazado. Había sido golpeado, y probablemente drogado, el 23 de diciembre, pero ¿cuánto llevaba ahí? ¿Dónde estaba? La habitación no decía nada, así que se concentró en captar el exterior. No llegaban sonidos, ni aromas. El clima seco y agradable le recordaba a una biblioteca. o un museo. Nada, ni una pista.
Cuando la luz comenzó a menguar, empezó a gritar. Por más inmortal que sea, cuántas horas puede un hombre estar maniatado sin explicación.
A pocos pasos de allí, dos hombres hacían cambio de turno.
-Deberíamos soltarlo y darle algo de comer.
-Bien sabes que no le pasará nada por no comer unos días. El 26 lo liberamos según el plan. Te dejo a cargo, Gaspar te relevará mañana a la noche.
-Vale, que descanses Melchor.
Saludos Insurgentes