«Tanabe.»

Desde pequeño fue un discípulo del templo y ahora treinta años después con cuarenta y dos años, ya avanzando hacia la ancianidad Tanabe, era el sacerdote protector de la llama sagrada. Un fuego que debía permanecer encendido día y noche en honor al dios Sol. Tanabe cuidaba de aquel fuego que mantenía a su dios calmado y contento con su pueblo. 

Solo él estaba autorizado a entrar en la sala sagrada y mostrar su luz a los habitantes del Imperio, un Imperio que era la envidia de los pueblos adyacentes que pensaban que su prosperidad era a causa de aquella llama. 

Una gran alianza se fraguó para atacarles y conseguir tan ansiado trofeo uniéndose un gran ejército que llegó hasta las puertas del templo donde se le reclamó a Tanabe la llama sagrada. El enemigo respetaba su condición de sacerdote. Por sus creencias, no podían matarle pero si no accedía a su petición, matarían a todos los habitantes del Imperio. 

Tanabe no opuso resistencia y preparó una caja cerrada llevada por porteadores esclavos que entregó al enemigo con la condición de abrirla una vez llegados a su territorio. Y eso hicieron. Uno de los esclavos abrió la puerta de la caja ante la expectación de los jefes supremos y dijo.
-Aquí tenéis vuestra "Yama" sagrada. Reía a carcajadas. Se sintieron humillados y engañados. 
Mientras, apareció el animal.
Muy lejos de allí Tanabe estaba feliz, dando tiempo a su Imperio a organizar una buena defensa. Esta vez les esperarían y vencerían.
Entró a la sala sagrada y mimó el fuego para que su llama siguiese viva. Alzó la mirada y dio gracias al dios Sol.