Otro día más detrás de una vitrina.
Morí luchando, con honor y gloria. Fuimos tantos los que caímos ese día que no pudieron incinerarme como me correspondía. Y por eso estoy aquí, condenado a mirar a través de unos ojos vacíos; a través de un cristal que me separa del mundo.
Me siento como el trofeo expuesto en la sala de un gran guerrero, como recuerdo de su victoria y conquista. Es humillante.
Todos los días veo cientos de caras pasar y muy pocas tienen un interés genuino en prestarme atención.
Hoy hay un grupo especialmente grande de hombres y mujeres jóvenes. Observándolos, me pregunto cómo ha hecho el hombre para sobrevivir tanto. Algunos son muy delgados y otros muy gruesos, parecen tan poco centrados… ¡¿Qué clase de guerreros son estos?!
Un joven alto y delgado se acerca a mi vitrina con sincero interés. Por un momento sus ojos se posan en los míos y lo sé en ese preciso instante. El chico que tengo delante es mi último descendiente vivo.
¡Y qué decepción!
No sé qué habrán estado haciendo los hijos de los hijos de mis hijos para llegar a esto. Este joven es todo lo contrario a lo que un guerrero debe ser. ¡No tiene músculos que puedan sostener armas! ¡No tiene buenas piernas para correr! Se lo comerán vivo en una guerra.
Tendría que haberme dedicado a la agricultura. Al menos, habría tenido más tiempo para poder evitar de alguna manera que mi herencia terminara en esto.