—Jeff, no tengo demasiado claro que estemos en un buen barrio.
—¿Pero qué dices, Felicia? Es de los mejores barrios de la ciudad. No hay bandas ni drogas. Nuestros hijos estarán bien aquí.
—¿Seguro?
Conforme avanzaban hacia su nueva casa, todos los vecinos no quitaban ojo de aquel coche con cuatro ocupantes de piel más oscura que la suya.
—Mira, mamá —dijo Marlyne señalando por la ventanilla—. ¡También hay niños!
Comenzó a saludar, pero el saludo fue muy breve, los padres del niño se apresuraron a meterlo en casa.
La primera visita que recibieron, fue, cómo decirlo, más que curiosa:
—¡Hola! —dijo Felicia abriendo la puerta.
—¡Qué tal! —saludó una mujer blanca y rubia de unos treinta y tantos años—. No quiero robarle mucho tiempo, querida. Mi nombre es Jane Foster y, como responsable de esta distinguida comunidad de vecinos, quiero darles, por un lado, la bienvenida...
—¡Muchas gracias!
—Pero por otro —dijo con cara de circunstancias—, tengo que pedirles que intenten salir lo menos posible de su casa. No estamos acostumbrados a tener gente tan… tan… variopinta.
Veinte años más tarde, Jeff y Felicia pasean por su barrio hacia la casa de los Foster. Saludan por el camino a los Wong, que están preparando su coche para irse de viaje. El pequeño de los Saadi está jugando con los hijos de los Peleteiro en su jardín.
—¿Ves cómo al final no es tan mal barrio?
—Tenías razón, Jeff, le hacía falta un poco de…
—"Variopintidad", ¿verdad?
No pueden evitar estallar en carcajadas. Llaman a la puerta de su vecina y, al abrir esta, ambos se miran y continúan riendo más fuerte.
—¿Qué pasa, querida? —pregunta extrañada Jane.
—¡Por Dios, Jane! ¡Qué somos consuegras! Y a falta de un mes para que nazca nuestro nieto... Llámame Felicia.
Con un bonito giro final.
Enhorabuena.
Saludos Insurgentes
En la variedad está la riqueza