Me gusta cuando las puertas del museo se abren cada mañana, pero hoy es especialmente excitante. Su orientación hace que el sol entre de lleno por ellas. Incluso hay un periodo concreto donde esta luz es más cálida y da vida a la Sala Ibera, donde reposan las armas de mis colegas.
Tras tanto tiempo, no consigo entender aún porqué estoy aquí, me figuro que alguno de nuestros dioses ha querido que me mantenga vivo. En realidad se que no lo estoy, no puedo interaccionar con nadie. He intentado salir por la puerta del edificio, por ventanas, por el sótano, oculto entre grupos de personas con ojos extrañamente cerrados y no es posible. Estoy encerrado aquí.
Desde que recuerdo, mi casco ha estado expuesto en una vitrina. Está destrozado, con una gran raja que lo partía de medio a medio. Años escuchando a los visitantes me han hecho entender que ese casco intentó salvar mi vida en aquella batalla. Creo que el hecho de que esté ahí, expuesto tras el cristal, es lo que permite que yo me encuentre aquí.
Pero hoy es diferente. Anoche los jóvenes de batas grises acabaron de preparar la sala que habían tenido cerrada durante días. Por veterano tengo derecho a ver en primicia qué han preparado. He mirado todos los enseres expuestos y entonces lo he visto: la fíbula que prendía el vestido de Nisunin. Yo mismo la tallé en la fragua de mi padre, le dí forma, la mimé durante días y se la regalé cuando nació nuestro primer hijo.
Hoy abren esa sala al publico, hoy podrán verla todos. Si la fíbula queda expuesta, como mi casco, ella aparecerá. Al menos eso es lo que espero, he estado atrapado solo tanto tiempo... y la añoro tanto...