«Viviendo instantes»

En mi decimoquinto cumpleaños, mientras me encontraba celebrando con mis allegados, un fuerte cansancio se apoderó de mí, pero no quise darle mayor importancia, pues lo achaqué a la euforia del momento.
Cuando el cansancio se prolongó más tiempo, empezó a estar acompañado de fiebres, escalofríos, y una considerable pérdida de peso, supe que, en verdad, algo no iba bien dentro de mí.

 Leucemia mieloide aguda, esa era la causa del malestar que llevaba meses arrastrando conmigo. Los médicos aseguraron que, al haberla detectado en mi adolescencia, había un 70% de posibilidades de que pudiese curarme con el tratamiento adecuado.

La primera sesión fue durísima, mi estómago se cerró, comencé a sentir nauseas, y me puse pálido. Aquellos eran síntomas habituales, pues el tratamiento era realmente agresivo.

Es mi quinto años yendo a sesiones de quimioterapia. No diré que la sensación es más agradable, o que siento que esté funcionando, pero, al final te acostumbras y lo tomas como parte de tu rutina.
Los médicos se han convertido en mis amigos, solemos hablar de nuestras vidas y debatir sobre algunos temas; también he simpatizado con otros pacientes, quienes asisten a las sesiones de quimioterapia.

He visto las dos caras de la moneda aparecer ante mí: Gente que acudía a su última sesión con un brillo especial en los ojos porque ya estaban fuera de peligro, y, otros, en cuyos ojos, la vida se iba apagando lentamente.

No pretendo que, mi historia, entristezca a nadie, es más odiaría que eso ocurra.

De adolescente crees tener una vida por delante, no valoras el tiempo que tienes; la Leucemia me ha enseñado a vivir instante a instante, como si hoy fuese mi último día.

Doy gracias a la vida por este aprendizaje, y, el día que me vaya, no quiero lágrimas... Quiero sonrisas.