Mañana es uno de noviembre y ella sabe que él será fiel a su cita.
Atiende a los críos que aporrean su puerta y les da caramelos. Les gusta verles disfrazados, pero ella no se disfraza. En cuanto cae la noche, coge la foto de él, la pone en la mesilla y se acuesta rememorando.
Ella era joven y pronto se rindió a las llamadas del cuerpo, las cosquillas en el ombligo, el tacto de su piel, el olor, su olor, aquella fragancia que aún la transportaba. Ese deseo debió durar siempre, pero no hubo tiempo de gastarlo porque pronto lo enviaron a la guerra.
Se fue, y creyó que volvería, pero no volvió. Sin embargo, aquel olor germinó en su vientre y nació. Nunca pudo imaginar cuánto amor y felicidad atesoró junto a aquella criatura.
Pasaron varios años y la muerte vino a visitarla. Primero le entregó la carta donde confirmaba que murió en el frente. Lloró y pensó que la muerte se iría, pero no se fue, decidió quedarse y un día después encontró a su hijo sepultado bajo una cosechadora. Entonces no tuvo lágrimas suficientes.
Se sumió en la tristeza, renegó de su suerte y pensó que nunca volvería a amar. Así pasaron años hasta la primera noche de todos los santos en que él apareció. Primero fue un susurro que la sobresaltó, luego fue su voz nítida, llamándola, y al final le pudo ver allí, junto a ella, al pie de la cama.
No había fallado ningún año desde entonces, por eso deja el retrato, se mete dentro del edredón y espera despierta a que den las doce en punto y venga su amor.
Como las veces anteriores siente algo especial recorriendo su espalda, le ve aparecer y escucha:
—Buenas noches, mamá, me alegra verte despierta.
Me quito el sombrero.
Pero es un buen relato.
Enhorabuena.
Votado.
Muy emotivo, enhorabuena por tu primer puesto!
Saludos Insurgentes