Nunca olvidaré aquella noche.
El amor libre es algo que no se ha inventado todavía o, al menos, está tan escondido que los cortos de miras aún no lo han visto venir.
Tengo todos los privilegios de un hombre en esta sociedad. Privilegios que no quiero, porque me falta libertad.
Ya me había convencido de que mi vida sería según lo establecido. Como heredero de la fortuna de mi padre, mi futuro ya estaba escrito y no por mi mano. Una esposa, muchos hijos y una vida gris, feliz en apariencia.
Hasta que lo conocí.
Nuestros padres eran amigos y socios en sus negocios. Un día fueron invitados a mi casa y no pude salvo verme reflejado en aquel muchacho que me miraba sin querer hacerlo.
Lo supe. Lo supo. Y esa noche, mientras nuestros padres planeaban nuestras vidas, ajenos a las miradas entre dos almas que se encontraban, surgió la historia que sería mi vida.
Dicen que el amor prohibido está lleno de miradas furtivas y de besos secretos bajo el amparo de la oscuridad. Esa es la idea romántica que tenemos todos.
Pero la realidad es mucho más cruda, más animal.
Como tantas noches, nos reunimos en el mercado de alfombras. Una esquina desierta, escondida de miradas curiosas y mentes llenas de prejuicios.
Las alfombras que allí se vendían no solo ofrecían belleza al comprador, sino que habían sido testigos de una pasión difícil de alcanzar. Pedazos de dos almas unidas quedarían por siempre en ellas.
Pero aquella noche terminó demasiado rápido y el mercado abrió demasiado pronto.
No nos quedó otra opción salvo improvisar y rezar por no ser descubiertos.
Y aquí estoy yo, en el quicio de la puerta vestido de mujer. Y allí está él, escondido bajo las alfombras del mercader.