La muchacha luchaba por contener las lágrimas y los sollozos que pugnaban por salir de su garganta mordiéndose los carrillos con furia mientras sostenía con determinación la mirada de su padre.
Sus tres hermanos menores Larico, Caraxo y Erigio, contemplaban entre asombrados y aterrorizados la furiosa discusión que su hermana y su padre mantenían en la cocina.
— ¡NO! —rugió Escamandrónimo que empezaba a perder su proverbial paciencia. —¡no irás a la academia a perder el tiempo con las bobas de tus amigas! —entonces, observó el compungido rostro de su amada hija, e intentando serenarse razonó —tu educación ha sido la mejor que hemos podido pagar pero, ahora más que nunca, tu puesto esta aquí, en casa, cuidando de tus hermanos y del negocio que conoces tan bien y pongo en tus capaces manos.
La muchacha, inmune al halago conciliador de su padre, sintiéndose atrapada, lanzó un último y desesperado argumento, —pero padre, escribir es mi vida, la poesía y la música son mi vida, ¡sin ellas moriré como murió madre!
La mirada de su padre se tornó fría al instante y el corazón de la muchacha se encogió en su pecho.
—A tu madre se la llevó el deber del parto, no toleraré que mancilles su sacrificio con caprichos de chiquilla malcriada —dijo en tono cortante dirigiéndose a la puerta —ahora partiré con escudo y lanza contra Atenas para gloria de mi patria, Lesbos, y honra de mi casa. Espero de ti que, como señora de la misma, estés a la altura.
Safo siempre lamentó que las últimas palabras que tuvo con su padre, que no regresó jamás de la guerra, fueran de ira, y aunque cumplió con éxito, abnegación y sentido del deber los deseos de Escamandrónimo, fue su poesía la que llevó gloria eterna a su casa.
Una historia con mucho peso y un mensaje clarividente.
Enhorabuena!
Saludos Insurgentes.