«Las paredes de la cocina»

Por mi cabeza pasaban miles de imágenes a la velocidad de la luz. Yo, que jamás había sido el centro de atención en esta familia tan "peculiar" aunque lo hubiese intentado, estaba en la diana de todos los demás. No hablaban, no decían qué sentían, nunca supieron hacerlo, pero con sus miradas de incomprensión a mi ya me daban donde más me dolía. 

Mi madre, apoyada en la pared de la cocina, afirmaba que qué hacía intentando publicar un libro, que esas cosas en esta casa las hacía ella. Siempre se creyó mejor que todos o quiso creérselo por el miedo que le daba sentirse en realidad una humana. Ella y sus delirios de grandeza disfrazando sus complejos.

Mi hermana, tan consumida por la depresión, intentaba expresar con su cara algo que se pareciera a alegría. Sé que se alegraba pero ella siempre me dijo "tienes que ser funcionaria, que de otra cosa no se vive". Supongo que por eso nunca me atreví a darle riendas a mi verdadera vocación. Mi hermana hace mucho que dejó de ser mi hermana, ya era un ente que se dedicaba solamente a sobrevivir un día más aun queriendo no hacerlo. ¿Qué más le iba yo a pedir? 

La única persona que me apoyó fue mi padre. "Dejad que haga lo que quiera", dijo. Ese día no iba borracho y supo pronunciar las palabras correctas que me dieron el ánimo que solo él sabía. Así es mi familia y así es la cocina, un caos. Unas paredes cayéndose encima de mi. Aplastándome. Unas paredes de las que intento escapar escribiendo. Mi padre y sus ojos azules, qué héroe. Qué pena que su presencia solo estuviera en mi cabeza porque su cuerpo descansa desde hace tres años, siete meses y veintiseis días en el cementerio.