Deambulaba por las calles de la ciudad sin rumbo, perdido por un lugar que no conocía y al que ni siquiera sé cómo llegué. El frío y la niebla que impedía ver más allá de mis narices caracterizaban una noche tenebrosa que invitaba a los lugareños a no salir de sus hogares.
La humedad de la noche invadió mi cuerpo de tal manera que se me hacía difícil caminar; por suerte tropecé con una vieja taberna todavía abierta y me refugié en ella. Al entrar el silencio y la austeridad del lugar llamaron mi atención pero ello no impidió que buscara una bebida que me hiciera entrar en calor.
-Un trago doble de tuica por favor. -Dije al tabernero.
-Aquí lo tiene. Ha tenido suerte de encontrarse las puertas abiertas, estaba a punto de cerrar, la de hoy es una noche fría y lúgubre, podría decirse que casi terrorífica y por eso los vecinos de Bran tienen miedo a salir a las calles. -Explicó el hombre mientras me servía el licor.
Lo bebí en apenas dos tragos, noté como el calor de la bebida bajaba por mi esófago hasta llegar a mi estómago. Lo siguiente que recuerdo es despertarme en la cama de una habitación repleta de velas encendidas y unas enormes y gruesas cortinas granates cubriendo un gran ventanal.
-Quizá sientas algo de dolor en tu cuello, es por el mordisco. -Me dijo alguien que se sentaba en un butacón situado en una de las esquinas de la habitación donde apenas llegaba la luz de las velas. -Pero ese dolor te está transformando y hará que el sufrimiento de tu alma desaparezca por completo. Bienvenido a mi castillo, al castillo del Conde Drácula. -Sentenció.
Ahora dedico la noche de los muertos a buscar almas descarriadas para aliviar su dolor al igual que él hizo conmigo.
Me ha gustado, enhorabuena.
Saludos Insurgentes.