Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, había de recordar aquella tarde remota. Aquella tarde de noviembre de hace 16 años donde él se le acercó y le preguntó: ¿te apetece venir al baile conmigo?, y ella, tímida pero aliviada por ver como su cara también se teñía de rojo, aceptó.
Desde entonces, esos dos fuegos se alejaron, sin nunca dejar de apagarse, fueron iluminando(se) y calentando(se) junto a otras personas. Descubrieron lo que es amar y lo que es plasmar ese amor en una intimidad total cuerpo con cuerpo, lo que es sentirte parte de algo y lo que es crecer cuando lo haces junto a otra persona. Descubrieron nuevas formas, mentes e ideas, y también el valor de decidir.
Lo que no sabían que iban a tener que aprender es que en este mundo todo es de dos. No puede ser de uno, pues unx no está solx porque quiere, porque todo el mundo quiere estar con alguien- eso también tuvieron que aprenderlo. Y no puede ser de más de dos, porque existen ciertos mandatos divinos que aceptaste solo por el hecho nacer en un lugar, que castigan y aplastan las pasiones que tu cuerpo ose mostrar y no involucren a tu pareja elegida.
Todo eso aprendieron, y sin querer identificarse con las llamas que no habían dejado de arder, se lo compartieron.
Resulta que aquel episodio remoto ve su continuación en estas Navidades atípicas, frente al pelotón de sus suculentos labios y de sus profundos ojos azules, mirándose y sintiendo realmente que cualquier paso en falso o cualquier mirada mantenida más de la cuenta podría provocar que alguien apriete ese gatillo y que realmente todo lo aprendido cobre más sentido que nunca.
Saludos Insurgentes