«El artrópodo»

Cuando se despertó una noche de un sueño intranquilo, se encontró en su cama convertido en ácaro. Le costó un rato darse cuenta de su nueva forma y dimensión. De todos los artrópodos posibles, el destino había elegido un inofensivo arácnido que ni siquiera era visible a simple vista. ¡Joder, ya podía haberse transformado en una garrapata o una araña venenosa! Cualquiera de estas opciones facilitaría su objetivo: matar a la mujer que dormía plácidamente a su lado. Un picotazo o un leve mordisquito y fin. Pero siendo un ácaro debería conformarse con penetrar en la piel de su mujer y producirle sarna, causándole picores y quemazón intensa, lo que le sabía a poco.
Dando pequeños saltos se aproximó a una de las fosas nasales de la infeliz que, en ese momento, roncaba sonoramente. Se paseó alegremente entre los pelillos de la nariz durante unos minutos. De pronto, se vio sorprendido por un goteo que para él, debido a su minúsculo tamaño, fue como un río desbordado. Consiguió agarrarse a un pelo y dio gracias al descubrir que los ácaros no se ahogan. Su mujer se llevó una mano a la napia y frotó enérgicamente, lo que a él le resultó como encontrarse en medio de un terremoto de magnitud 6 en la escala de Richter. Aún así, siguió fuertemente asido hasta que la cosa se calmó. Pasados un par de minutos, se animó a retirar alguna de sus patas, entumecidas por el esfuerzo. El estornudo le pilló por sorpresa yendo a parar a la alfombra situada a los pies de la cama. Mareado y desorientado, no pudo impedir ser aplastado por el pie de su mujer.
- ¡Maldita alergia! ¿Dónde te has metido, Carlos? Has madrugado hoy...