Hacía décadas que El Cairo se había convertido en una capital cosmopolita, y desde entonces eran muchos los europeos que viajaban a Egipto, movidos por la curiosidad, la sed de aventuras y la idea de enriquecerse con algún descubrimiento.
Preso de esta última motivación desembarcó en la ciudad mi esposo, Henry Young, junto a su hermano Eduard. Lo que ambos ignoraban era que en uno de sus arcones no iban a encontrar ropa, armas o útiles para una excavación arqueológica.
Fue un viaje muy duro en el que dormí durante el día y me alimenté y estiré mi cuerpo por las noches, mientras todos dormían. Mi motivación era la sed de aventuras y siendo mujer, y además de alguien con el pensamiento de Henry, no había otra manera que engañarlos para conseguir mi meta.
Sin duda ha merecido la pena, y no solo por ver sus caras al abrir el arcón y encontrarme, sino porque en estas dos últimas semanas he vivido las aventuras más apasionantes que jamás creí posibles, al menos hasta ese momento. Pasear en camello, ver las pirámides e incluso poder ayudar en tareas de excavación. Todo esto era un sueño inalcanzable desde mi habitación de Londres, sobre todo siendo mujer.
Anoche hicimos un gran descubrimiento y despertamos el recelo de los demás expedicionarios del campamento. De madrugada la situación empeoró y empezamos a recibir amenazas, sobre todo de los propios egipcios.
Tuvimos que huir esta mañana temiendo por nuestras vidas. Nos separamos para intentar engañarlos en la persecución. He entrado en una especie de mercado lleno de esclavos y vendedores. Me alegré de ser tan pequeña y me oculté dentro de una montaña de alfombras.
No sé cuándo podré salir y reencontrarme con Henry, pero sin duda esta será la aventura de mi vida.