Siempre fue el centro de atención. En el colegio, el instituto, la facultad… Cuando se convirtió en un rostro imprescindible en los programas de la prensa rosa a nadie le sorprendió. Era bellísima y tenía una personalidad repleta de dulzura, un carisma arrollador y una inteligencia desbordante.
Quizá por todo eso siempre se dejó llevar hacia un futuro que era el que la sociedad le marcaba sin pensar, jamás, en lo que a ella le hacía feliz.
Y allí estaba ahora, encerrada en la casa más famosa de todo el país para convivir con otros rostros conocidos que nada tenían que ver ni con ella ni con su forma de ser y pensar.
La audiencia esperaba lo mejor de ella pero, según pasaban los días, Sandra se sentía más alejada de ese mundo. Vivía el reality entre chismorreos y broncas de sus compañeros y lo hacía desde la distancia, sin ganas de involucrarse en esa convivencia y cuestionándose, cada vez más, si había elegido el destino correcto.
La audiencia la mantenía, con sus votos, dentro de la casa a la espera de verla entrar en acción pero ella sólo dejaba llevar su mente hasta tiempos pasados donde vivía, en silencio, su verdadera vocación. Se recordaba de niña cantando en el coro de la iglesia, disfrutando de las horas de catequesis y en el convento donde iba a los talleres que las monjas carmelitas ofrecían a los niños del pueblo. Allí se sentía en paz pero nunca se atrevió a hablar de ello.
Lo recordaba, lo añoraba. Fue entonces, delante de toda España, cuando decidió abandonar y recorrer su verdadero camino en busca de su felicidad.


Enhorabuena.
Saludos Insurgentes