El crepitar del fuego siempre le ha dado sueño. El chac chac de la leña al quemarse le induce a un sopor del que sólo le saca el ruido de metales.
- ¡Vais a morir todos! – Grita una voz.
Media docena de tipos armados han irrumpido en el Samaín. El druida trata de mantener la calma y los niños se arrojan a los brazos de sus madres. Los hombres, como canta la tradición, han ido al bosque en busca de alimento y no regresarán hasta que el sol haya despuntado sobre las cabañas. Para entonces seguramente sea tarde.
Los invasores amenazan con sus armas y se dirigen a él, quien trata de echarse un sueñecito bajo su piel de oso. Ahora que el druida iba a empezar a recitar, se lamenta. Esa voz monocorde siempre le ayudó a dormir como un angelito.
Siente una patada en la espalda.
- ¡Levanta!
Que se levante, piensan las mujeres. Este no se levanta ni para comer. Que sí, que es un vago, pero qué le va a hacer. Ni le gusta cazar, ni cortejar, lo suyo es dormir y esperar a que su padre regrese del bosque con un bocado y masticar, tapado y calentito, en su catre.
- ¡Arriba! – Repite la voz.
Lo hace con desgana, mirando al suelo como echando de menos su anterior posición. Quita la espada de manos del guerrero y la clava en su pecho. Una expresión de sorpresa recorre el poblado, expresión que se acrecienta a medida que el resto de enemigos van cayendo, uno a uno, a sus pies. Chac, chac. Ha sido rápido. Él, ya sabemos, no es de agotarse mucho.
Después vuelve a tumbarse y, antes de cerrar los ojos, lanza un aviso.
- Cuando lleguen los otros, que no me despierten. Hoy estoy especialmente cansado.
Muy original e incluso con una dosis de humor.
Bonita manera de encarar la adversidad...toc, toca...
Enhorabuena!
Saludos Insurgentes