No hablar de la diabetes fue una tontería. Al principio, era un valor un poco alto, no quise darle importancia. Teníamos tanto por delante que no quería opacarlo. Pensé que con la dieta todo iría bien.
Los pinchazos diarios no me gustaban nada, siempre fui cobarde para las agujas. El fantasma de la insulina me esperaba en las esquinas y el cambio de alimentación estaba afectando mi humor. Incluso embriagada de nuestro nuevo amor, sentí mucha soledad.
Aquella mañana se cumplían 12 semanas, el secretismo y el miedo del primer trimestre empezaban a disiparse. Me miré de perfil en el espejo de la sala, buscando algún cambio, y empecé a tararear una canción de cuna. La mermelada para diabéticos y el café con edulcorante no me supieron tan mal. No me esperaba lo que vino después, cuando confirmé que estaba sangrando, sentí que el techo del baño me aplastaba y no me dejaba respirar. Intenté ignorar los primeros dolores, pero de camino a la clínica los espasmos eran como una bofetada.
-No hay latido -. Dijo el médico mirando la pantalla del ultrasonido.
Un zumbido en mis oídos me aisló del mundo, dejé de escuchar lo que decían. Con el corazón estrujado recibí explicaciones que no entendí. No recuerdo ni cómo volví a casa ese día.
Durante dos semanas sangré y lloré, creí que quedaría seca como el Atacama.
-Expulsión completa, no hay nada -. Dijo el doctor en el siguiente control. Me sentía vacía, en eso tenía razón, pero “expulsión” no describía mi dolor; pérdida, miedo, culpa, desesperanza, muerte, soledad, sí.
Ya no tengo que preocuparme por no dañarte con mi diabetes gestacional. Ahora voy descifrando cómo despedirte, cómo seguirte amando sin haberte abrazado, cómo lidiar con el mundo y su fobia a los bebés que mueren demasiado pronto. Tenme paciencia que soy primeriza. Te quiero. Mamá
Emocional y cargada de sensaciones únicas.
Me ha encantado!
Saludos Insurgentes
Transmite muchísimo, ¡enhorabuena!