Cuando, tras la expulsión semanal, salgo de la casa que acoge el reality de convivencia, dos armarios de aspecto humano y cuello bovino me meten a empujones en un coche negro.
—¿Qué está pasando? —pregunto enfadado.
Ninguno responde y se sientan a mis flancos. Sus voluminosos contornos poco a poco van ganando terreno, a modo de compactación, sobre mi estrujado cuerpo.
—¿Dónde me lleváis? —digo obteniendo indiferencia. Recuerdo mis palabras de ayer: «voy a destapar esta farsa».
Llegamos a una nave solitaria y, tras parar, uno de ellos me tira de la pechera para sacarme con brusquedad. Caigo al suelo y no oso levantarme. Oigo un tamborileo y veo que se acercan unas botas de piel de cocodrilo con tacones de aguja. Levanto la mirada y me encuentro a la directora de producción dando bocanadas a un cigarro con boquilla extensible al estilo de Audrey Hepburn. Se agacha lo suficiente, desplegando elegancia, para que el humo que exhala nieble mi cara asustada.
—Vaya, vaya. El señor no quiere jugar con nosotros —dice acompasando la voz con el gesto lento de sus dedos que liberan la mano opuesta de un guante largo de satén.
—¡Estáis amañando el concurso! —grito sin medir las consecuencias.
El hombre más cercano da un toque ligero con la puntera de su bota sobre mi espalda.
—Controla ese tono, amigo—objeta con acento georgiano.
La mujer suelta una carcajada y mira a los tres trajeados que empiezan a imitarla. De súbito me latiga la cara con el guante, finalizando la risa colectiva.
—No sea usted ingenuo. A nadie le importan los detalles. Mientras haya sangre en el circo el espectáculo prevalece.
—¿Qué vais a hacerme? —pregunto entre llantos.
—Nada. Usted acude al plató y respeta nuestras normas. Esa es la única forma de protegerlo de estos matones.
Bajo la mirada, derrotado, preguntándome dónde habrá aprendido el arte de la persuasión.


Acata las normas y todo irá bien...
Amanaza muy sutil
Saludos Insurgentes.