Adriana intenta calmar al bebé acunándolo en sus brazos. Los gritos de su padre lo han despertado y ahora llora desconsolado. Eduardo entra en la cocina con una pila de platos.
—Pobre, ha pegado un buen salto en el carrito —dice acercándose al bebe y su cuñada.
—No es para menos, menuda bomba acabáis de soltar. Pensé que anunciaríais un embarazo, no esto.
—¿Crees que eso sería mejor? Tu padre no me aguanta —replica con tristeza—. Lo que le faltaba era que a su niña la preñara el loco de las motos.
—No digas eso. Claro que te aprecia, es solo que nadie será suficiente para ella nunca, siempre fue su favorita. Yo tuve que aprender a manejarlo...
—Daniel sí —responde con una mueca.
Adriana suelta una carcajada y afirma con la cabeza, acompasando el movimiento con el arrullo al bebé.
—Ese solo le gustaba a él, nunca supe que vio mi hermana en ese estirado. —Mira con semblante serio a su cuñado y pregunta.— ¿Ha dejado ya el trabajo o…?
—Si, ayer presentó la carta. —Se sienta junto a ella—. Adriana, el taller nos da lo suficiente para vivir y este es el sueño de tu hermana, lo sabes.
—La he visto con una libreta en la mano desde que tengo uso de razón —comenta con añoranza—. Sólo durante la carrera parecía que lo olvidaba, no era compatible con ser la número uno de derecho.
—Volvió a retomarlo hace unos meses pero el ascenso en el bufete haría que vuelva a aparcarlo, y de ahí ya no saldrá. Es ahora o nunca. —Deja en el aire esta frase y mira a su cuñada.
—Ten a Jesús —dice levantándose y pasándole el bebe recién dormido—. Voy a apaciguar a la fiera. Deséame suerte.