—Los gorditos son más felices— Cuantas veces había escuchado María esta frase. Hasta llegó a creerla. Y no era mentira, ella no tenía malos recuerdos de su infancia. Todos en su familia eran gorditos y era su normalidad. Todos los acontecimientos en su casa giraban alrededor de la mesa. Siempre era un buen momento para organizar una merendola o probar los riquísimos dulces que mamá hacía porque le habían pasado una receta de rechupete.
Pero no era feliz. Tampoco podría decir que fuera infeliz, a excepción de alguna broma sobre su aspecto físico, no sufría bullying, en eso tenía suerte. Pero no era feliz. Quería ser como sus amigas, delgada, sexi.
—Eso son tonterías, tú eres preciosa—le decía su madre, y tendría que ser así, porque su madre siempre había sido muy sabía.
Pero un día las cosas se torcieron. María empezó a adelgazar sin proponérselo y a encontrarse mal, estaba muy cansada, siempre tenía sed y ganas de hacer pis. El carácter también se le avinagró un poco, hasta que se puso realmente malita. Visita al hospital y mazazo…diabetes juvenil.
Fue como un maremoto para toda la familia. Nuevas palabras se incorporaron a sus rutinas, hidratos de carbono, glucemia, insulina, páncreas. Difícil de digerir. A su madre la veía algunas veces con los ojos vidriosos y la mirada velada por pena y culpabilidad. No entendía el motivo, el médico y la enfermera les habían contado todo acerca de la enfermedad, no había culpables. Era hora de aprender nuevos hábitos con disciplina y paciencia. Su padre, mucho más predispuesto a los cambios, seguía haciendo el desayuno los domingos, pero ahora lo llamaba fit y cada domingo les sorprendía con una actividad diferente, paseo en bici, patines o una divertida sesión de bachata. Ahora, se sentía bien.
Bien relatado y narrado compañera.
Enhorabuena
Saludos Insurgentes