«Crónicas bajo el sol»

Al ver que esa misteriosa puerta estaba abierta, decidí introducirme en aquel armario donde vi desaparecer a mi compañero. En cuanto di el primer paso, entre los abrigos que colgaban sobre sus perchas de madera, sentí un escalofrío por la espalda y algo me dijo que no me rindiera, pues algo bueno me esperaba tras aquel simple armario. Fui caminando despacio, sentía miedo y deseo a la vez, un extraño sentimiento del que jamás pensé que iba a apoderarse de mi mente, era la primera vez en mi vida que no estaba siendo precavida antes de dar un paso.
Fui apartando las prendas de ropa cuando de repente, mis manos rozaron unas frías ramas. Mangas de abrigos se mezclaban con ramas de un árbol del que brotaban hojas verdes, rojas y naranjas. Bajo mis pies, sentí que la textura de la madera era distinta, miré hacia abajo y pude comprobar que se trataba de tierra. Según iba avanzando, el armario ya no tan simple como pensaba, me iba impresionando cada vez más. 
De pronto una cortina de finas ramificaciones me cortaba el paso, así que sutilmente fui apartando para abrirme camino y, lo que pude descubrir en aquel momento me dejó boquiabierta. Un gran bosque nevado terminó por deslumbrarme y, comencé a dar vueltas para empaparme de todo aquel paisaje tan extraordinario que acababa de descubrir.
A lo lejos pude visualizar a alguien con esquís, parecía tener prisa, pues en cuestión de segundos se plantó frente a mí y pude comprobar que sobre su mano derecha portaba una bandeja:

- ¡Señora, su piña colada!
-¡Oh, gracias!

Abrí los ojos; y ahí estaba, el camarero del hotel, dejándome una piña colada sobre la mesa. Y yo sujetando un libro sobre mi abdomen. Me había quedado dormida bajo el sol del Mediterráneo.