«En sus zapatos.»

Pequeñas gotas de sudor recorrían su frente mientras se echaba la crema solar por el cuerpo y observaba el ir y venir de unas desenfadas olas que creaban una melodía a su al rededor. Mientras esparcía la crema miraba con desdén a las demás personas, sin darse cuenta de que ese día cambiaría su vida.
De repente ya no estaba allí, las olas ya no inundaban sus oídos con su canción ni el sol quemaba su piel, ahora estaba en el cuarto de su hija, se miró al espejo y entonces se dio cuenta de que se había convertido en ella. Al igual que sentía sus manos, sus piernas y todo su conjunto, también sentía sus emociones, que no eran precisamente agradables, pues le invadía una gran pena que oprimía su pecho y no le dejaba respirar. Entonces fue cuando apareció ella misma, en su cuarto, gritándola y descargando con ella todas sus frustraciones del día, haciendo que esa pena aumentara tanto que la existencia se hacía casi insoportable, recordando como esa misma mañana en el colegio también la habían tratado mal. Después, de repente, ya no estaba allí tampoco, si no en un funeral, buscó un espejo para mirarse y vio a la cajera del supermercado, esa misma a la que por la mañana también había tratado mal, esa misma que unas horas antes de recibir sus malos tratos estaba enterrando a su madre con una tristeza tan desgarradora que le faltaba hasta el aliento. Luego simplemente volvió a la playa y pensó en todas las otras personas a las que no hoy, pero si otros días, había tratado mal y se puso en sus zapatos, envolviéndose en el remordimiento y el llanto y prometiéndose cambiar de una vez por todas.