«Me quiero.»

Completamente desolada lloraba por las calles mientras moqueaba un pañuelo que llevaba entre sus manos. Sabía que de esto no iba a morirse, pero tampoco le consolaba mucho saberlo, pues hasta que el dolor pasase tendría que vivir con él. Paseaba por un pequeño pueblo a las afueras de Galicia, después de haber recorrido tanto campo como asfalto, en una ciudad tan vacía como era normal en un día de lluvia como era aquel, en el que solo una tonta enamorada a la que le acaban de romper el corazón pasearía como si nada.
De repente, a lo lejos, vio una silueta que se acercaba hacia ella corriendo y que al llegar a su lado colocó su paraguas encima de ella, sin embargo no le prestó atención hasta oír su voz, una voz muy conocida que llevaba escuchando toda la vida. Fue entonces cuando giró su cara para mirar a su acompañante que había resultado ser nada más y nada menos que ella misma, aunque algo más mayor. 
Su yo adulto le acarició la cara y limpió sus lágrimas justo antes de asegurarle que todo iría a mejor, le contó que más tarde, en unos años, encontraría a una persona que la querría de verdad y que la cuidaría como se merece, pero que hasta entonces solo se tendrían la una a la otra, pues el amor más importante es el amor propio y la única persona que estaría a su lado siempre, además de sus padres, iba a ser ella misma, así que tenía que aceptarse, quererse y darse tiempo, sobre todo darse tiempo para sanar y aprender, pues todo lo demás vendría solo.