«Pon un título que sea cierto, pero que no te creas, porque, joder, es un título.»

A veces, la cigüeña escoge mal dónde arrojar niños. Igual pasa con unguavis. Este ser, difícil de encontrar, reparte por el mundo los frascos mientras la gente palpa a ciegas, pero a veces se equivoca. Eso nos lleva a esta tarde.

Verónica no paraba de reír con las Historias verídicas de Luciano de Samosata hasta que recordó que debía protegerse del Sol para darse un refrescante baño.

La textura le pareció un poco rara, pero es cierto que estaba a punto de caducar. El olor le mosqueó por apestar más de lo esperado, pero con la imagen ya no pudo engañarse. ¿¡Qué crema solar es azul con purpurina!? Pero no cualquier azul, sino el del Caribe.

Embadurnada completamente de ese mejunje, empezó a maldecir todo lo que tenía nombre hasta que le salieron alas.

Empezó a aletear torpemente, pero duró poco, pues fue capaz de entender rápido el funcionamiento de estas grises plumíferas.

Un mundo abierto a sus alas. Eso que podría ahorrarse en transporte. Una oportunidad de nuevas experiencias, como tocar una nube o perseguir a un halcón.

Pero nada de eso le parecía tan emocionante como volar y acercarse al Sol. Más cerca, más cerca...

No supo preveer que cada vez era más difícil volar, pese a su esbelta figura, pues no las había fortalecido.

Y las alas se desplumaron, cayendo en picado hacia las aguas. Vueltas y más vueltas hasta que, justo cuando iba a impactar contra el muro del agua, una ballena abrió la boca y cayó dentro.

La lengua amortiguó la caída. Se levantó, sin alas y descubrió que había aplastado dos ejercitillos.

"¿Dos ejercitillos en una ballena?"

Ésta se indignó y la expulsó con más vueltas y vueltas.

Al despertar, tenía el libro de Luciano en la cara. Parecía tan real...

Unguavis se rió.