Museo d’Orsay, París.
Septiembre 2021.
- No me jodas, ¿has visto ese cuadro? Esa alfombra es igualita a la que tiene mi abuela en el salón, mira tío – dijo Jérôme mientras le pedía a su amigo con la mano que se acercase.
- La hostia tío, si se llama igual que tú el autor. Mira, mira… - comentó señalando el cartel.
Y entonces, de la nada algo en el cuadro se movió. Uno de los criados pareció cobrar vida y avanzaba caminando hacia ellos. Levantó la pierna derecha con agilidad y luego la izquierda. Se descolgó y se sentó en el marco del cuadro, como si se tratase de una ventana de barrio.
Los dos amigos contemplaban ojipláticos.
Mis señores, Dariush para servirles, de la lejana Persia provengo. – Siguió hilando palabra tras palabra mientras los otros dos no salían de su asombro – Proviene de allí sobre todo mi amo, y a nosotros los criados nos arrastra a su servicio.
Alfombra arriba, alfombra abajo, enamorar a la princesa quiere dice… Pero, ¿le habéis visto la cara? Ni a un sapo enamoraría esa nariz…
“Una alfombra persa os traeré de París mi hermosa damisela, una para cada salón de vuestro palacio, y todas han de combinar con vuestros preciosos ojos.”
Eso venía recitando el gañan. Nauseas me dan con tanta ñoñería, permitidme pues me desahogue con vos mis señores. Flores le podría haber regalado, pesan menos y están más cercas.
¿Adivináis quién cargará con semejante ofrenda? Por supuesto servidor.
A mandar mis señores, continúo con mis quehaceres.
- La hostia tío…, ¿hemos visto lo mismo? – le preguntó a Jérôme.
- Joder, a la próxima hago yo el porro, que te has pasado.