En una terraza un hombre menudo fuma tranquilamente aquella fría noche de 31 de Octubre. Dando una calada y jugueteando con el humo que sale de su garganta, se entretiene observando a los niños que pasean disfrazados por las calles y que con una sonrisa de oreja a oreja, siempre que el disfraz lo permitiese, llamaban a las puertas esperando para pedir un truco o un trato. Iñaki apagó los restos del cigarro contra su cenicero, no tenía pensado darle ningún caramelo a ninguno de aquellos mocosos.
Por la noche todo siguió su curso en Halloween, los niños más pequeños comenzaban a resguardarse en sus casas y los adolescentes tomaban las calles, zombis, vampiros y demás personajillos de terror (y no tan de terror, pues no escaseaban aquellos que gustaban de modas y vestían esos anodinos y aburridos trajes del “calamar”) pululaban por las calles sedientos de aventuras, esa sensación de miedo en el espinazo, pero, sobre todo, de ¡alcohol!. Las discotecas estaban haciendo su verano particular, e Iñaki era el dueño de las dos más exitosas de la ciudad, llamaba constantemente a los encargados de sus locales, todo marchaba como la seda.
Los asistentes a las fiestas de sus discotecas, previo pago de 15 €, superaban en un amplio porcentaje el aforo permitido, “mejor” se dignó a pensar Iñaki, más dinero que ganar. Los adolescentes compraban alcohol sin importar la edad, “mejor”, más efectivo que recaudar.
Fue una noche tranquila para su conciencia, ningún policía curioso, ningún héroe incordiando, aquella tragedia de Madrid no le remordía en la sesera, las tragedias no le darían dinero aquella noche y en este mundo corrupto el dinero es lo único que importa. Iñaki lo sabía, el pueblo se engañaba.
Los monstruos no se disfrazaban, los monstruos prefieren quedarse fumando en su terraza.
Enhorabuena.
Un final muy revelador.
Relato votado.