Me había resignado a que nuestros te quiero fueran acompañados de ese zumbido; ese sonido horrible; un recordatorio. No estábamos solos. Estábamos acompañados por números, marcas y la constante preocupación de que estos no fueran normales.
Habíamos aprendido a decir un te quiero rápido justo antes que uno de estos valores cayese en picado y los médicos entrasen a toda prisa en la habitación, invadiendo la falsa sensación de privacidad que habíamos creado, para llevarle al quirófano.
- Te quiero. – diría yo preguntándome si sería la última vez que se lo decía. Tantas veces me había hecho esa pregunta.
- Te quiero. – respondería él a veces, cuando no tuviese el respirador que le impidiese hablar. Supongo que hasta cuando no podía hablar me lo decía con la mirada. Una última despedida, por si aún no habíamos tenido suficientes.
Te quiero. La primera vez que se lo dije había estado en su casa. No había sido especial, no había habido alcohol ni una cena romántica de por medio. Tan solo me hizo reír como si fuera un niño otra vez y se lo dije sin querer. No estaba el zumbido de las máquinas.
Te quiero, tonto. Me había dicho él unas semanas después. Fue después de una discusión en que las inseguridades atacaron mi mente.
Ojalá hubiéramos tenido más fuera de las paredes de ese hospital. Ojalá hubiéramos tenido más recuerdos, más vida, antes de que relación se redujese a esa habitación y a ese zumbido.
Te quiero, y porque te quiero, no quiero atarte a mí. Fue el primero que me dijo cuándo le ingresaron.
Te quiero, le respondí, y porque te quiero, no me siento atado. Quiero estar aquí.
Él me sonrió con tristeza, y se despidió por primera vez. Ahora me preguntaba si esta sería la última.
El juego de palabras me ha encantado, enhorabuena.
Saludos Insurgentes