Era una noche de tormenta oscura y fría, estaba en el sofá bien tapada y con la única compañía de mi libro y la luz de la lámpara de mesa; sin perder detalle de cómo Homero relataba el dolor de Aquiles ante la muerte de Patroclo escuché un tremendo trueno que hizo que la luz de la casa se apagara.
Al cerrar el libro para buscar una vela un destello me cegó, tras él aparecí en un lugar extraño, parecía un habitáculo hecho con telas, como las antiguas tiendas de acampar que utilizaban los guerreros.
Al fondo vislumbré la silueta de un hombre sentado, estaba de espaldas y, bajo la luz de una vela, parecía escribir algo. Sigilosamente me coloqué a su espalda y pude leer lo que parecía una carta:
Patroclo, mi amigo, mi amor, mi todo.
Me dejas demasiado pronto. Tu marcha inunda mi alma de dolor y tristeza. Mis días no volverán a sentir el brillo de la luz del sol sin tu compañía, viviré en un mundo de penumbras donde no habrá consuelo alguno que haga olvidarme de ti.
Pagarás al barquero con estas monedas que ahora beso y que reposarán en tus ojos para que puedas cruzar tranquilo.
Buscaré con ansia la llegada de la noche para mirar en el cielo y allí, en la estrella que más brille, te sentiré cerca y anhelaré volver a tenerte entre mis brazos.
No le hizo falta firmar la carta con su nombre pues las lágrimas que se deslizaban imparables por sus mejillas caían al papel dejando unas huellas de dolor que sustituían su rúbrica.El escrito, junto con las dos monedas, acompañaron a Patroclo durante su viaje por el río Aqueronte hasta llegar al más allá donde esperaría a Aquiles para vivir su amor eternamente.
Enhorabuena.
Saludos Insurgentes.