Todas las librerías están llenas de fantasmas; los libros están profundamente marcados por partes de quienes los escribieron, sus hojas también acaban sentenciadas por todos aquellos que las leyeron alguna vez. Los libros estaban hechos de fantasmas de otro tiempo, sus palabras muchas veces eran pensamientos de muertos…
Sin embargo, esa librería, era diferente. Lo supe desde el primer momento en que puse un pie en ella. No se escuchaban las hojas al pasarse, ni los tomos al dejarse sobre la mesa. Esa librería era distinta…
Si los libros eran fragmentos, esa librería estaba completamente fragmentada y congelada en el silencio. Si los libros daban voz a voces silenciadas, esa librería prosperaba en la quietud que se enredaba en las telarañas y polvo.
- Está abandonada. – declaré en ese momento, sin atreverme a adentrarme aún más.
Mi madre que por aquel entonces me acompañaba a todas partes me sonrió compasiva. – Créeme hija, que seas la primera en pisar ese suelo en años no hace que esté abandonada. De hecho, está llena de vida.
No entendí del todo la sonrisa irónica cuando sus labios pronunciaron la palabra: “vida”. Tendría años para entenderlo y descubrirlo, y es que esa librería cobraba vida a la luz de la luna, y los fantasmas metafóricos que rondaban por los libros, se volvían completamente reales si eso deseaban. Ellos me habían llamado tantas noches, que ya no trataba de negarme. Me dejaba llevar por los muertos, y las historias, me dejaba llevar sabiendo perfectamente cuál iba a ser mi final.
- No está abandonada, hija. – me había dicho mi madre esa primera vez que contemplé la librería. - Está llena de fantasmas, y cuando se agotan se encargan de llamar otros nuevos. Esa librería es muerte y llama a la muerte.
Saludos Insurgentes