Aquella podría ser otra propia tarde estival en el pueblo de Hertford. La tranquilidad podía definirse por el suave mecer de las hojas aferradas a los veteranos robles anclados junto al rio Lea. Anne disfrutaba, como cada viernes, de su paseo junto al majestuoso castillo normando, perentorio en su deseo por el eterno reflejo en sus plateadas aguas colindantes.
Cuando la pubertad del atardecer cedía con premura el turno a la experiencia de la media noche, Anne emprendía rauda su regreso al antiguo desván que descansaba perenne sobre el avejentado establo familiar.
Desde la extraña muerte de sus padres, Anne asumía su horrendo legado exonerado abrupta e ineludiblemente.
Pero, ¿tan horrenda era su tarea?, ¿tan ardua era su obligación?
Tras entrar en el vetusto establo, Anne subía con gran estupor las angostas escaleras de haya que ansiosas crepitaban al contacto de sus trémulas pisadas, rompiendo así, el umbral del pálido silencio instaurado en aquel oscuro lugar. Al llegar al desván, debía abrir una pequeña trampilla y depositar allí los enseres recolectados en su paseo vespertino.Aquella noche sintió la necesidad de mirar hacia dentro, aquella noche necesitaba saber a qué clase de criatura inmunda estaba alimentando en su desván. Miró, y no pudo interrumpir la dirección de su mirada que yacía atrapada en el vacío que manaban los ojos de la bestia.
Petrificada y absorta en su propio desdén, Anne sentía como dos gélidas manos de tez macilenta rodeaban lenta y contundentemente los límites terrenales de su delicado cuello. Lentamente, cual ofidio que muda su escamosa piel, la bestia introducía el cuerpo de Anne en su oscuro agujero.
Ya no habría más paseos que morar, no habría más historias que contar, sólo cabe una pregunta lanzar, ¿quién será el próximo que a Edgar debe alimentar?
Enhorabuena.
Votado queda.