Assane se incorporó tras extender la última alfombra que su señor le había pedido y al dirigir de nuevo la mirada al grupo de comerciantes quedó petrificado. Sus músculos se tensaron para evitar caer a plomo.
No lo había reconocido en un primer momento, pues la barba que llevaba estaba mejor arreglada que la ultima vez que lo vio. Un turbante color verde decoraba su cabeza y la túnica azul que portaba le daba distinción. Pero Assane sabía cómo había hecho su riqueza.
Hacía mas de cuatro años que servía a Abasi, el gran mercader de alfombras de El Cairo. Años de trabajo duro pero recompensados con la amabilidad de su dueño. Sin embargo, fuero otros tantos con aquel señor cruel y despiadado que lo comprara en Puerto Said tras semanas de cautiverio en alta mar.
Al bajar del galeón nos esperaba él, que ahora se acompañaba de honrados comerciantes. Con un gran abrazo saludó al capitán del navío quien mostró orgulloso su mercancía. A mí y a mis desdichados compañeros nos obligaron a caminar, unidos con cadenas unos a otros, hasta una plaza cercana donde la algarabía de conversaciones, los colores vivos de las especias y el olor a pescado formaban un ambiente casi mágico.
Sólo unas horas lo tuve frente a mi, mientras éramos su mercancía, mientras éramos sus futuras ganancias. Tras ser examinados, tras regateos, discusiones y finalmente acuerdos, fuimos poco a poco desapareciendo por los cuatro puntos cardinales, cada uno guiado a su nueva vida. Fue la única y última vez que vi a Thabit «El Fuerte», comerciante de esclavos, pero su rostro me ha seguido en mis pesadillas durante años.
Ahora está aquí, sus pies pisan las alfombras de mi señor y la venganza me reclama llenando de ira mis venas.