«El esclavo.»

Caminaba por una calle muy transitada buscando algo especial, algo que me facilitase el trabajo. Pensé en alguna tela fácil de lavar, una alfombra de colores no muy llamativos y barata por si las manchas no salían y tenía que desecharla.

Llegué hasta un establecimiento algo grande, parecido a un almacén. Menos mal que no había mucha gente, lo que si me dejó descompuesto fue la cantidad de esclavos que esperaban a sus amos, jefes o como aquellos desgraciados estén obligados a llamarles.

A mí me gustaba hacer las cosas solo. Contra menos gente detrás de uno, menos incordian y además mi trabajo es algo solitario, no podía permitirme individuos a mi alrededor.  

Un hombre de turbante negro y barba desaliñada se acercó a mí para preguntarme si vi alguna que me gustase pues ninguna era de mi agrado. Nuestra conversación fue interrumpida por un grito. Cuando acudimos a la zona del establecimiento dónde se producía aquella pelea, vi con repulsa como un anciano gordo y apoyado en un bastón aporreaba con él a un chico joven de tez morena que se encontraba en el suelo protegiéndose de aquel que le pegaba.  Rápidamente me interpuse y le pedí cortés a aquel señor que cesara en su acción. 

Este con una mueca de desagrado dijo que su lacayo era un inútil y que no le servía para nada, yo ante la falta de humanidad decidí hacer algo que no hacía todos los días. Abrí mi morral y saqué un rollo con billetes que el señor aceptó con gusto. El esclavo se arrodilló pidiéndome lo que fuera para agradecerme. Yo le pedí que eligiera él mismo un buen producto para llevar.

Y aquí estamos los dos, enterrando el cadáver enrollado en la antigua alfombra después de colocar la nueva en el salón.