Tenía tan solo seis años cuando mi abuela me llevó a la librería de la señora Medina. Al entrar quedé embriagada por aquellas altas paredes llenas de libros. Tal vez yo fuese demasiado pequeña pero aquella estrecha librería me pareció gigantesca. Una señora de pelo blanco recogido en un moño nos atendió.
—Necesito una biblia para regalar en una comunión—le pidió mi abuela.
Entonces la anciana mujer abrió una vitrina que tenía cerrada con llave y le mostró varías; una con las tapas blancas nacaradas, otra roja con las letras en oro, otra más infantil,…
Yo observaba aquella estantería tan peculiar. Los libros que allí se escondían eran muy raros. Todos parecían muy antiguos pero había uno que me llamó mucho la atención, era más alto que los demás, más grueso que los demás y según mirabas su lomo se iba dibujando una figura u otra.
............Esta mañana he vuelto al pueblo de mi niñez y he dado un paseo por sus estrechas calles. De pronto me he visto frente al escaparate de aquella estrecha librería. He abierto la puerta atraída por el aquel recuerdo. A fondo una mujer con pelo blanco recogido en un moño se balanceaba en una vieja mecedora con la mirada perdida y una infantil sonrisa.
Entonces volví a ver aquella vitrina cerrada con llave. Aquel libro tan extraño permanecía en el mismo lugar que hacía cincuenta años.
—Puedo atenderla en algo— preguntó un joven que acababa de salir de la trastienda.
—Hola. Si. Perdone… Ese libro de ahí…Ese tan grande, ¿qué precio tiene?—dije señalando aquel libro que en su día me pareció mágico.
—Su precio es la inmortalidad del cuerpo pero la lenta perdida de la memoria.
Para qué quieres la fama si no te vas a acordar.
Mucha originalidad.
Me ha encantado Pepi.
Saludos Insurgentes